Porque hace falta. Sí, señor. Porque después de un duro invierno, esperas encontrarlo y que te de una alegría al cuerpo como lo ha hecho en tiempos pasados. Y es que ya lo decía aquella horrible y pegadiza canción: «Cuando llega el calor, los chicos se enamoraaaaan, es la risa y el sol, acércate , ven mi deseo te confesareee, etc, etc.»
El bochorno veraniego calienta tu vida amorosa desde tiempos inmemoriales, y las tradiciones hay que mantenerlas. Aunque la verdad es que ya no estamos a tope de power. Es dificil, claro. Con los años dejamos de vivir flipados, y empezamos a ver cosas que en el pasado solíamos ignorar:
1. No siento las piernas
Tras una noche en Benidorm, bebiendo sangría y sudando como pollos en un bareto, conocemos a un Rambo despampanante con el que nos refrotamos en un baile guarrindongo como monas en celo. Muy divertido, sí. Pero es Rambo. No puede ser el amor de tú vida. Ni puede ser el amor de un verano, ya no. Ahora puede ser el amor de una hora, y reza para que no hable mucho y no te entren ganas de matarlo a cantazos para que se calle.
2. Gran sexo no significa Gran Amor (a pesar de lo que tus hormonas te estén diciendo).
Al enredarte en las sábanas de alguien, la oxitocina aumenta y acelera tus emociones. ¡Es sólo química! Es importante mantenerlo en perspectiva, sobre todo porque habrá algún viejillo salido que esté todo el rato dándole a la zambomba, pero en general, si tu meta es envejecer con esa persona, piensa que no habrá mucha charanga en tus años dorados. Así que eso no puede serlo todo.
3. Reavivar viejos amores.
Es un tema peliagudo. Por un lado, hay algo reconfortante en reconquistar a aquella persona que dejaste atrás, sobre todo ahora que eres una persona mucho más molona. Es como darle un tremendo empujón veraniego a nuestro ego. Claro que a veces la historia se tuerce, cuando observas a la persona desde una nueva perspectiva, y te parece menos atractivo que Gollum cortándose las uñas de los pies. ¿Qué le vi? Te preguntas, mientras aceptas que acabas de estropear un bonito recuerdo para siempre.
4. El Otoño te deja como al Capitán Pescanova
Frío, muy frío. De pronto se va la magia, se van las mariposillas y las ganas. Ya no te apetece montarlo a horcajadas toda la noche. Ni al trote, ni al paso. Pero ya tampoco te esfuerzas en mantener una relación digna de las barritas de pescados. Aceptas que si se acabó el flow, se acabo el flow.
5. Las bodas que casan a otros
El verano es una época llena de celebraciones de uniones de amigos. Lo que para ti significa barra libre un fin de semana sí y otro también. Y claro, el alcohol y el baile unidos suelen parir un montón de nuevas relaciones. Problema de estos encuentros: Si no sale bien, estarás ligada a esa persona siempre de alguna manera, porque ¡ey, tenéis amigos comunes! Nunca podrás tirar completamente de la cadena de ese retrete, y ya se sabe, así siempre queda algo de mierda.
6. Si el enamoramiento se convierte en un pez baboso, ¡tíralo de nuevo al agua y sigue pescando!
Seamos realistas: cuando conocemos a alguien todos somos muy majos. Es más tarde cuando revelamos a nuestro ser más profundo. Así que el tipo gracioso que conociste en esa playa de Málaga, puede que sea ultra celoso, o ultra baboso, o puede tener personalidad múltiple, y matar viejitas por las noches. El caso es que si te enrollaste con él el primer día de vacaciones, no significa que te lo tengas que comer el resto de ellas. Aún hay tiempo de enmendar el error. Lo mandas a paseo y ligas con ese socorrista que te pone ojitos.
7. Vivir el momento
Si algo sabemos de los amores de verano es que son para relajarse y divertirse. También los amores eternos deberían ir de eso, pero asumiendo otras responsabilidades. El caso es que el verano dura un instante, y la juventud un suspiro, así que pide un Mai Tai mientras observas la puesta de sol, y si el amor de verano llega, recíbelo para un revolcón o para lo que se tercie. Pero si no llega, ¡Ey, aún es verano!
Fuente imagen: txkimmers, Elliot Gilfix y Doris Hausen vía Flickr